Una presentación poco usual.
Al momento de elegir qué libro leer ¿por dónde empezas?

Hay quienes inician por conocer un poco más sobre la historia, así de simple. Otros sólo compran libros porque alguien les dijo “che, este libro está bueno. Te va a gustar”, entonces ahí están: pagando por algo de lo que aún no tienen idea. Quizá sólo lo lean porque se lo regalaron o mejor aún, se lo ganaron en estos famosos concursos de Instagram en donde cayeron por el simple hecho de querer ganar algo, porque claro “nunca gano nada” ¿no?.
Otras personas como yo empiezan por conocer un poco más sobre el autor o autora, profundizando con Google aquella simple información que cuenta la escueta retiración de tapa. Y como buena curiosa, me gustaría dejar como primer texto, una autoficción(*) que cuenta un poco más sobre quién les escribe, para no sientan que leen a una desconocida.
Entonces:
01 de diciembre de 1988. No entiendo nada y lo único que quiero es llorar. No sé desobedecer, aunque quiera. Me molestan mis hermanos. Soy obsesiva para peinarme, no me gusta que me queden globitos en las trenzas. Soy inquieta, quiero terminar la tarea para ir a ver Chiquititas. El timbre del recreo llama mi atención. Mi abuela me enseña su ingrediente secreto para la torta de ricota. Amo el libro “Los ojos del perro siberiano”. No me llevo materias. Una paloma me ataca y le pego con mis carpetas. Conozco a mi mejor amiga. Sueño con el día en que mi padrino me regaló un conejo antes de morir. Disfruto mucho la música, sobre todo el baile. Todos los chicos se me acercan porque soy copada o para que les haga gancho con mis amigas, pero ninguno me quiere para nada más. No me veo linda, pero amo comer y no me importa. Compro mi primer auto, muy fachero y me siento Carola Casini al volante. Me detengo a ver cada flor que crece en primavera, sus colores y formas me alegran el día. Conozco a mi primer novio. Me asustan las tormentas fuertes, pero me gusta verlas bajo un techo sólido (¡vaya ambigüedad!). Experimento un fuerte dolor de cabeza, dicen que es estrés. Renuncio. Me recibo de Publicista. Me separo de quien creía era la persona que “me había tocado en la vida”. Empieza mi vida color de rosa. Estuve casi un mes recorriendo Europa. Conozco al Papa Francisco. Afino mi ojo fotográfico. Me detengo en cada panadería sólo para ver qué hay. Mis 25 explotan con una fiesta arriba de un trencito. “Nunca pierdas la sonrisa” dice mi vieja. Me lo tatúo porque así lo creo. Tengo miedo a la soledad o, mejor dicho, a vivir sola. No me gustan las videollamadas, no sé qué decir, lo cual es raro. Conozco las ruinas mayas, las playas del caribe y las brasileñas también. Disfruto de la vista aérea en un paraceiling y toco a los peces en mi primera experiencia buceando. Trabajo las horas justas y necesarias, ya no me importa que me echen. Me levanto a las 7 para poder desayunar. Odio viajar apretada en el bondi. Invento historias en mi cabeza sobre la gente que me rodea sin importar si las conozco o no. Conozco gente, mucha gente, buena y no tanto. Me mudo de Caballito a Villa Mitre y de ahí a Villa Santa Rita, otra vez. Mi hermano va a ser papá, me alegro y lloro de tristeza a la vez. Mi hermana va a ser mamá, me alegro y lloro otra vez. Sueño con conocer las auroras boreales. Me duelen los pies de caminar a Luján. No me gusta quedarme un fin de semana en casa, pero lo siento necesario. Estoy cansada. Juego con mis sobrinos como si tuviese su misma edad y dejo el trabajo de lado. Las hojas amarillas y rojas indican que el otoño ya llegó. Hay cotorras volando sobre la terraza de la casa de mi vieja. Conozco a un chico, me entusiasmo y la pandemia me la hace difícil. Empiezo proyectos con mis hermanos. Todavía no encuentro el interruptor para apagar mi cabeza.
Ta tannnnn…Esta soy yo :P. ¡Gracias por leerme! Ojalá l@s encuentre en el próximo texto :)
(*) Técnica que toma algunas singularidades de una vida y las disponer en un texto. Allí hay situaciones, recuerdos, frustraciones, algunas alegrías, etc. La intensidad de ese relato vendrá de la mano de la intimidad. Las y los autores que escriben autoficción suelen decir que no lo hacen para exponerse, para ventilar su vida, sino para conocerse, para encontrarse.
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